estoy sentada, con la plancha a mi izquierda y un permanente caos de dibujos y proyectos encima de la mesa, además de un abanico pintado por Jesús (algún compañero de Sonia) que nunca he usado,
son las ocho y el sonido de la lavadora se diluye entre el cantar casi frenético de los gorriones que llega desde la escalera
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